sábado, 17 de mayo de 2014

Cicatrices



Este es un pequeño escrito que he realizado inspirándome en la obra del "Hombre cactus" de la gran artista Paula Bonet.


CICATRICES

Una vez conocí a un hombre de madera. 


El hombre de madera se enamoró de una hermosa princesa. La princesa, que adoraba los cumplidos y las declaraciones de amor, se encaprichó de él y de su lustroso talento con las palabras. Así, la princesa lo convirtió en un hombre de un transparente y precioso cristal, ya que, si iba a estar a su lado, no podía ser de un material tan simple y corriente como la madera.


Un día, la princesa se dio cuenta de que el hombre de cristal le parecía tan transparente como invisible, y veía sus palabras antes de que salieran por su boca. En un ataque de cólera esta lo empujó y el hombre de cristal cayó al vacío estallando en diminutos destellos de cristal.


El hombre de cristal se convirtió en un hombre roto sin ganas de encontrar todas sus piezas.


Una vez me enamoré de un hombre roto  y me encargué de buscar todos sus fragmentos. A cada fragmento que cogía nacían nuevas cicatrices en mis manos. 


El hombre que una vez fue de madera no podía soportar verme sangrar, así que se negó a que intentara recomponerlo. Sin embargo, yo quería dejar de amar a un hombre roto, así que poco a poco, entre viajes, heridas y cortes fui devolviéndole su forma, destello a destello, mientras el hombre roto miraba al vacío.


Cuando finalmente, tras un exhaustivo y continuo trabajo logré unir todos sus trozos de cristal, me di cuenta de algo: Me habían sangrado tanto las manos que estas querían huir de los trozos de cristal que las habían herido, aunque ahora formaran parte del ser que amaba. Mis pies también querían huir, pues recordaban los innombrables senderos infinitos de rocas puntiagudas que habían pisado solo para ir y volver de un recóndito lugar hasta el hombre de cristal. Mis lágrimas en cambio, no opusieron resistencia y decidieron quedarse con él para recordarle cuando despertara de su letargo que alguien lo había amado hasta no poder sentir más amor.


Y así, siguiendo a mis manos y mis pies y con el corazón seco, desaparecí de la vida de esa alma atormentada a la que conocí una vez.


Pude salvar de la muerte al hombre de cristal, pero no pude darle la vida al hombre de madera, y después de eso ni siquiera pude dármela a mí misma.

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